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Vista desde mi carpa |
Las diminutas olas del Lago Titikaka llegan a mis pies en pequeñas ráfagas de tiempo. Éste es mi tercer día en la Isla del Sol. Llevo dos noches acampadas y el frío ya no es un problema. La clave es abrigar bien los pies. Con el juego de sábanas que me traje de casa, los envuelvo para que queden bien calentitos, el resto se resuelve con dos pantalones, dos remeras, un sweater, un buzo y la bolsa de dormir. Y no nos olvidemos de la carpa, que me viene protegiendo de la lluvia en ambas ocasiones.
El lugar en sí es bellisimo, y a esto se le suma el hecho de contener ruinas tanto en el lado norte como en el sur y también en el fondo del lago, ciudad descubierta hace un par de años y con rumores de ser la Atlántida.
Como todo el mundo me aconsejó, vine a acampar al lado norte. Después de una hora de caminar con la mochila hasta el tope de comida (además de todas mis cosas) veo una playa hermosa muy abajo en una bahía conformada por dos montes a los costados que también limitan a un valle dividido a la mitad por un riachuelo que cae desde lo alto. Ambas laderas se encuentran cultivadas por escalones, siendo las habas el cultivo predominante con un poco de maíz y arvejas.
He tendido la carpa al resguardo de los vientos, en el primer escalón de césped desde la playa. Para acceder al escalón hay que pasar por un laberinto de arbustos, y un sólo camino es el correcto. Los demás están bloqueados por redes de telarañas tejidas de manera interconectada unas con otras. Este escalón se encuentra en el extremo sur de la playa, junto a dos muelles creados con cientos de piedras apiladas.
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Casa |
Al otro extremo de la playa, se encuentra un cercado con tres viviendas dentro. La más alejada está siendo alquilada por un viejo de 68 años llamado Mitra. En nuestras primeras conversaciones sabré que Mitra ha vivido casi 30 años en Asia, aprendiendo sobre distintas corrientes de pensamiento y distintas escuelas de meditación hasta convertirse en maestro de centenares de discípulos. Ahora, me dirá, prefiere la soledad con su meditación. Cada mañana lo veo acercarse a la orilla con su poncho y el sombrero negro de ala ancha, apoyar un cuero de oveja en la arena y luego su cojín sobre el cuero para permanecer en posición de loto por horas. Ayer me presenté formalmente y me advirtió que a la gente del pueblo no le gusta que nadie acampe en el lugar. Dice que han tenido malas experiencias en las que los acampantes robaban comida de los sembradíos, ensuciaban la playa y prendían fogatas con la leña que se considera parte de la propiedad de cada habitante.
Al parecer la isla funciona como una comunidad única, en la que todo es de todos, por lo que todo tiene dueño. También me ha comentado que se puede tomar agua de los manantiales por lo que mi mayor problema ha sido resuelto.
Ayer visité las ruinas al norte. Se me informó que el boleto de entrada que compré el primer día duraba 48 horas por lo que ése sería el último día de vigencia. Las ruinas son impresionantes, una serie de paredes de piedra unidas con barro forman un laberinto descendente con vista al Lago. El mismo cuenta con un manantial que da a un pozo que bien podría considerarse como la canilla de nuestros tiempos. Pero lo que más me gustó fue la playa situada unos cien metros más abajo. De arena y piedritas, con agua cristalina y un único muelle de cemento que no parece tan frecuentado, es la playa más desierta y natural que he encontrado hasta hoy. No tardé mucho en probar el agua y luego zambuirme un rato. Traté de nadar pero el frío era tal que me congelaba los tímpanos por lo que sentía un leve mareo a los pocos minutos.
A la noche alcancé a hacerme unos fideos con ayuda de la linterna y me fui a acostar extasiado, habían salido las estrellas y a lo lejos se anunciaba una tormenta. La misma fue gentil aunque duró toda la noche, nuevamente debo estoy agradecido por la fortaleza de mi carpa.
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Las ruinas de la parte norte |
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La playa de las ruinas |
Hoy decidí consultarle a Mitra acerca de la meditación y si podía introducirme a ella. Me respondió con total sinceridad que intentar enseñar/aprender a meditar por uno mismo raya lo imposible. Y me recomendó que asista a un curso o taller en el que el maestro pueda utilizar técnicas especialmente diseñadas para tal propósito en un ambiente controlado por él.
Me ha contado de sus treinta años en Asia y de su título de profesor. También me comentó que la Isla tiene, para él, algo único en el mundo, y eso que él viajó largo y tendido. Que la conoció por primera vez hace unos cuarenta años, y que su plan de retiro sería construirse un trimarán para navegar sus aguas, que considera la parte más importante de la Isla.
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El estanque en las ruinas |
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Zoom al estanque |
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"Sus ojos como dos mañanas juntas."
'Adán Buenosayres', Leopoldo Marechal
Dos mañanas juntas parpadean somnolientas,
con su canto de lago, con su aullido de gaviota.
Dos mañanas juntas me sonríen de lo alto,
con sus montes abrazados al arroyo cristalino.
Dos mañanas juntas juegan con mi pelo,
con su llovizna alegre, con su triste brisa.
Escrito a orillas del Lago Titikaka
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