Me encuentro en el vuelo 303 de Peruvian Airlines con destino a Lima. Nada que ver con el lugar donde me encontraba en la última anotación del cuaderno. Al día siguiente de escribirla (lunes 25) me levanté a las 6 de la mañana y emprendí una subida de dos horas hasta el siguiente mirador, desde donde aún me esperaban 12 kilómetros de serpenteo en ascenso. En el mismo mirador se me acercó una pareja de estadounidenses quienes me comentario que desde ese lugar salía una combi hasta Cusco por sólo 30 soles: la salvación en cuatro ruedas. Después de esperar unas dos horas y un viaje de otras cuatro horas estaba de vuelta en el hostel. Cansado y muy felíz.
El martes y miércoles los pasé en compañia de otros viajeros del hostal, entre ellos Sofía, chilena a quien conocía desde Copacabana y Cristóbal, chileno también y gran malabarista que me llevó a un semáforo alejado del centro donde la migra no molestaba a los artistas callejeros. Ese día estuvimos de 9 a 12 del mediodía él en un faro y yo en otro, no me fue tan bien pero hice lo suficiente para el hostel de esa noche y la comida de ese día. El miércoles (ayer) en cambio, estuve iluminado, quizás por saber que sería mi despedida de Cusco. No paré de bromear, reir y fallar con dignidad en los mañabares. La gente reaccionó muy bien ante estas pantomimas y no sólo los automovilistas colaboraban sino que también dos transeúntes lo hicieron acercándose con el solo propósito de darme unas monedas. Ambos hechos significaron mucho por lo que procederé a contarlos: El primero fue después de una performance más que satisfactoria, en mi opinión, que involucró risas tanto mías como de parte de mis espectadores. Me voy a descansar al dar verde el faro y se me acerca una señora mayor del brazo del que sería su hijo ya adulto, y ella misma me dá dos soles en la mano, el hijo a su vez toma de ejemplo a su madre y me acerca cinco soles acompañados de alguna palabra cálida que ahora no recuerdo, cruzan la calle y al darse el semáforo rojo les insto a ver una repetición como agradecimiento por su generosidad. Se detienen y me observan hasta el final. Hermosa gente. El segundo transeúnte que me ayudó se apareció cuando ya me retiraba por fallas técnicas de los semáforos. Era un hombre de unos 50 o 60 años, de apariencia más bien humilde que me llama a acercarme y me da setenta centavos de sol por mi "habilidad" según sus propias palabras. Fue una hermosa mañana llena de interacción con los habitantes de Cusco. Les agradezco el sentimiento de dicha que me proporcionaron.
Las azafatas están dando las instrucciones de siempre. A la hora de entregar el equipaje tuve un inconveniente ya que al leer las precauciones con respecto al ingreso de materiales inflamables al avión supuse que se refería en el bolso de mano, no en el que se entrega como equipaje. A la media hora de haber entregado todo, me encuentro leyendo en un banco cuando una señorita de la aerolínea se me acerca preguntando si yo era Luis Campos. Al responderle afirmativamente me comenta que mi equipaje había sido incautado por haberse detectado gas butano en el mismo. Claro, si tenía una garrafa llena del mismo para cocinarme en el viaje. Tuve que dejarles la garrafa al igual que una botella de alcohol etílico y otra de cloro. Afortunadamente no hubo mayor inconveniente y pude embarcar. El avión está arrancando, llegaré a Lima en una hora y diez minutos.